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1917 no solo es una película, es una experiencia total. Al alarde técnico del director Sam Mendes hay que añadir un guion sólido y una interpretación de los actores insuperable. Toda la película se cuenta en un solo plano, sin cortes, el tiempo fílmico es por tanto el mismo que el tiempo real. Espectador e historia se funden en una complicidad absoluta porque la cámara son nuestros ojos.  La butaca de cine, o el sillón de casa, se convierte en el trampolín para vivir la historia desde primera línea de fuego. Un espectáculo único. El cine, una vez más, nos demuestra que no tiene límites.